Porno Lunar
(Texto para fanzine porno realizado por Los Bitls)
Hace pocos días se subastaron en Nueva York los dibujos y anotaciones de la libreta de Charles Duke, uno de los tripulantes del módulo Apolo 16, quien tuvo la suerte de pasear por la luna en abril de 1972. Al parecer tal misión, con todo lo emocionante que pueda suponer, no logró distraer la imaginación lúbrica del astronauta quien llenó su libreta de mujeres desnudas y parejas espaciales follando. Se trataba de dibujos sencillos, hechos a bolígrafo, de trazos simples, pero que recreaban una imaginería que no dista mucho de cualquier película triple equis o del cuaderno de cualquier adolescente espinilludo. Desde la imagen de un hombre con su pene erecto en las cuevas de Lascaux, hasta la clásica «callampa» dibujada en cualquier baño público en Paris, Londres o Talca, han corrido ríos de tinta plasmando el acto sexual en múltiples, inagotables o imposibles versiones. A estas alturas dibujar sobre sexo es tan natural como dibujar una casa y un arbolito.
Si la imagen fotográfica, aún juega a ser huella de algo que fue; sema del semen; es decir, signo del corolario ineludible de la performance pornografía clásica, el dibujo a pornográfico alude, pero a la vez elude el impacto obsceno del acto sexual.
En el siglo XIX, mientras la fotografía pornográfica realizada en los prostíbulos parisinos era ferozmente reprimida por las autoridades judiciales, e incluso, también la pintura realista que exhibiera referencias sexuales era censurada, como el famoso cuadro El Origen del Mundo de Courbet (expuesto públicamente recién en 1987), la industria editorial de la época ofrecía delicadas estampas de dibujos pornográficos sin sufrir la represión y encontrando un mercado semi legal que las promovía y hacía circular. Quizás porque desde las hiperbólicas y elegantes estampas de la tradición japonesa Shunga, del siglo XVII, en las que los genitales masculinos eran agigantados ante la realidad small que se dice de los japoneses, hasta las sicalípticas féminas de Manara y del gran inventario ofrecido por el comic occidental, el dibujo recrea la sexualidad desde un imaginario antes erótico que pornográfico. La línea a tinta o el trazo vectorial monocromo se distancia, en su asepsia, de la referencia cierta de la carne y sus convulsiones; de la animalidad genital y sus profanas excrecencias, para convertirse en relato fantasmagórico, invocación, deseo, recuerdo o tótem… Y esto, en ocasiones, se agradece.
El imaginario pornográfico parece agotado de realidad. Después de la industrialización de la líbido en revistas, films y su correspondiente youtubilización; después de observar banners de penetraciones, felatios y otras acrobacias en loops casi pesadillezcos en páginas web de descargas gratuitas de mp3 o de crackers; después del espanto y admiración que provocaron figuras legendarias del porno como John Holmes y sus más de 25 cms de gracia; después de ver a Ron Jeremy haciéndose una autofelación, o a una mujer arrojando pelotas de ping pong desde su ano en una delirante película dirigida por Rocco Sifredi, observar un dibujo pornográfico nos hace sonreír con ternura.
El dibujo ofrecido en estas páginas guarda una lujuria antes inocente que violenta, antes cómica que lasciva, como el gesto de un niño que muestra su tulita a la vecina. Cada lámina se nos presenta como un imaginario fotograma olvidado, como un cartel, quizás de una película porno que nunca se rodará o del gran inventario que ya se ha rodado, o como la película porno por antonomasia, esa que finalmente nos muestra la misma aceitosa mecánica de tres actos: deseo-coito-orgasmo, fórmula aristotélica que se hace orgánica en el encuentro de dos cuerpos ganosos desde el comienzo de la historia y que insistimos en representar en el cuaderno de un adolescente, en una pantalla Lcd o en un libro de anotaciones de un astronauta de misión en la luna.