“Resonancias hídricas”
Prácticas artísticas desde el agua
En la región magallánica se encuentra Campos de Hielo, principal reserva mundial de agua dulce; gigantesca base de datos que contiene la historia milenaria del planeta. La amenaza del calentamiento global y el deshielo de estas reservas; la contaminación de los ríos y lagos, y la indecente y abusiva apropiación de este recurso en manos privadas en nuestro país, nos han llevado a considerar a este vital elemento como eje articulador de las propuestas artísticas convocadas para esta IV versión de LUMEN.
Ciertamente, no es necesario justificar la importancia del agua en nuestras vidas. Recordemos que el agua ocupa alrededor de un 70% de la superficie de nuestro planeta, así como, curiosamente, en el mismo porcentaje, está presente como el principal componente del cuerpo humano. Su importancia para la existencia es inobjetable. En esta versión de LUMEN el desafío curatorial radica en abordar el agua no sólo como una referencia literal que venga a sostener la incansable tarea del artista: la eterna búsqueda de un tema. Sino más bien considerar el agua en sus distintas modulaciones o resonancias, atendiendo a las dimensiones físico-materiales, conceptuales y simbólicas.
Más allá de su innegable importancia biológica en la vida planetaria, el agua también nos interpela desde su materialidad que implica la ductilidad de las formas que toma de acuerdo a sus contenedores; sus niveles de transparencia, su condición de espejo, sus sonoridades, y la magia de sus distintos estados (líquido, sólido, gaseoso). Estas cualidades reclaman un lugar central y profundo en nuestras vidas pues nos recuerdan nuestra propia condición de sujetos enfrentados al cambio constante, hijos de la naturaleza y sus accidentes, y del misterioso transitar en un tiempo.
No sólo Heráclito observó en el agua y sus características una ocasión para describir el fluir de la existencia; los propios selk’nam advertían en el agua la profunda dimensión mutable del vivir, aquel concepto de “devenir” que tanto ha costado a los europeos occidentales integrar en su epistemología y visión de mundo. No es de extrañar que el agua adquiera, entonces, un lugar no sólo como elemento biológico y estético, sino también alegórico, incluso en el pensamiento contemporáneo occidental más reciente. Mientras Zigmunt Bauman populariza e incluso abusa de la expresión “líquida” para referirse a la modernidad, el amor, y el mundo para así destacar el contraste entre la supuesta estabilidad de la sociedad moderna y la fluidez y veloz transformación del presente; otras personalidades como Arjun Appadurai, Manuel Castells, Rossi Braidoti, por nombrar sólo algunas, utilizan las expresiones de flujo, fluidez, como metáfora de la incesante circulación de signos (económicos, financieros, políticos) y las subsecuentes mutaciones culturales e identitarias en la era actual.
Pero el agua también es un arquetipo no sólo de vida sino de muerte. “Voy como agua por este río de vida hacia el gran mar de lo que no tiene nombre”, canta el poeta mapuche Leonel Lienlaf, de manera casi idéntica al español Jorge Manríque cuando escribía “todas las vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”. En la muerte como espacio líquido, inconmensurable y misterioso encontramos la metáfora que insinúa la idea de desplazamiento y transformación. No hay muerte, entonces, sino transmutación.
Si aceptamos que el agua es el principal elemento que nos constituye y que hoy, desde la sociología a la filosofía nos sirve de metáfora de la constatación del devenir, tendríamos que reconocer también la carga femenina que el elemento agua representa. Para Gastón Bachelard, desde lo que él llamaba una “psicología de la imaginación material” el elemento agua, escurridizo, ubicuo y múltiple, es más femenino; Bachelard, en tanto poeta, filósofo y físico reconoce en la sustancia agua “un tipo de intimidad… el agua es un tipo de destino, ya no solamente el vano destino de las imágenes huidizas, el vano destino de un sueño que no se consuma, sino un destino esencial que sin cesar transforma la sustancia del ser”.
En el campo de las artes visuales el agua ha sido representada innumerables veces, pero en pocas ocasiones ha dejado de cumplir un rol descriptivo o metafórico. La pintura de paisaje nos empapó de un profuso catálogo de lagos, ríos, tormentas y lágrimas. Están en nuestra retina cultural el convulso mar de Guericault con su ‘Balsa de la Medusa’ (1819) ‘La gran ola’ de Courbet (1863); las abstractas pinceladas de Sir William Turner o la sintética ‘Ola de kanagawa’ de Okusai (1833), por nombrar unos pocos. El inventario de obras plásticas que se esmeraron en la representación del agua es interminable. La escultura pocos esfuerzos hizo; quizás porque la naturaleza de sus soportes tradicionales (piedra, mármol, metal) negaban su adjetivización. Mientras, el agua como materialidad estética, encontraba lugar en las fuentes de los jardines de palacios islámicos y europeos con un fin decorativo, marginadas de la contemplación estética.
Recién desde el siglo XX el agua se convierte en elemento de obra en un sentido objetual. En 1949 Gyula Kosice realiza sus primeros planteamientos hidrocinéticos, creando esculturas hidráulicas y proyectando su Ciudad Hidroespacial[1]. Luego tendremos distintas aproximaciones al agua como objeto: Hans Haacke en su obra Cubes Condensed (1962) utiliza el agua para graficar los procesos de condensación y desarrollar lo que llamaba “sistemas de tiempo real” que privilegiaran el proceso antes que el objeto, atendiendo a las cualidades físicas del agua, pero a la vez cuestionando metonímicamente la relación entre las características elementales del recurso hídrico y los flujos de conocimiento y poder en la sociedad actual. En otro registro, la obra A-Volve (1994) de Christa Sommerer y Laurent Mignnoneau utiliza el agua como interfaz táctil y visual o vemos a Olafur Eliasson creando cascadas y ríos artificiales, similares a las que Da Vinci diseñó como algo más que caprichos hidráulicos. Forzando un poco los términos, podríamos decir que el agua se convierte en un ‘nuevo medio’ al advertir su estreno como material de obra y sus innegables correspondencias con la inestabilidad de los medios electrónicos y digitales ¿Cómo conservar una obra hecha de vapor o de escarcha? Recordemos la acción de Francis Alÿs [2] que consistió en empujar varias horas un trozo de hielo por las calles de México DF hasta que se derritiera por completo sobre el pavimento. El agua como soporte, se hacía también metáfora de la propia deriva situacionista y su efímera e inaprensible existencia.
Atendiendo a estas distintas maneras de entender el agua, como materialidad artística, como metáfora del fluir de la vida, los artistas convocados en esta IV versión de Lumen abordan nuestra temática desde distintas orillas. Claudia Godoy interroga al agua en su dimensión microscópica, alumbrando su opacidad a partir de un muestreo de aguas del Estrecho de Magallanes, el Oceáno Pacífico y el Atlántico, que luego es representado por el sonido que genera la caída de una gota desde una clepsidra sobre una placa de cobre, reuniendo los oceános; Brian Mackern nos ofrece la oportunidad de experimentar sonora y visualmente el fenómeno meteorológico que el agua provoca cíclicamente, recreando la presencia radioeléctrica que el temporal de Santa Rosa despliega a su paso. Daniel Cruz utiliza bloques de hielo desde los que se iluminan letras provenientes del fluir de información de las redes inalámbricas que circulan en Twitter; Andrés Jurado desafía a la tradición de la representación cinematográfica análoga, experimentando con emulsiones fluidas que desplegarán no sólo imágenes desde el proyector, sino también olores; Espacio Lúdico nos ofrecerá un termómetro sonoro que registrará la preocupación que el agua tiene hoy en las redes; y Surófona, colectivo radial, registrará los sonidos de este encuentro y de las fuentes de agua de Punta Arenas.
Más allá del agua como referente y/o soporte, en el conjunto de obras y proyectos hay una inquietud por reflejar la complejidad del material y explorar las posibilidades poéticas y filosóficas que el agua arrastra consigo en la triada subjetividad-naturaleza-cultura y sus diversas resonancias.
Valentina Montero
[1] Desde 2009 en el Museo de Bellas Artes de Houston.
[2] La paradoja de la Práxis – A veces hacer algo no conduce a nada, acción, registrada en video, realizada en 1997. Francis Alÿs es un artista belga, radicado en México.